Argentina volvió de las tinieblas. Tras el fuerte golpe del debut con derrota en el grupo C del Mundial de Catar, supo encontrar el camino hacia lo que se esperaba: terminó líder, se medirá a Australia y no a la temible Francia en octavos de final y así el alma ha vuelto, en forma de favoritismo, al cuerpo albiceleste.
La Scaloneta volvió a carburar después de quedar en la mitad de la pista con ese 2-1 tan inesperado contra Arabia Saudita y ahora parece retomar su velocidad de crucero. En ese proceso se acomodaron varias piezas sueltas por la presión mundialista y por la necesidad de probarle al mundo lo que ellos internamente siempre supieron: hay equipo para ponerle a Lionel Messi en las manos el trofeo de la Copa Mundo.
¿Qué pasó? Tres razones de la recuperación del favorito:
Un cachetazo de reacción
Más allá de los memes y las burlas, Argentina dejó en el debut una sensación incómoda: renunció al juego alegre y vivaz de los 36 partidos invicto y se presentó en Doha con un corsé, pesado e incómodo, que aprisionó especialmente las ganas de divertirse en la cancha. En esa apuesta dejó en el camino los tres primeros minutos, pero lo bueno es que, después del drama y el ataque de desconfianza, el golpe se asumió bien en la propia cancha. «Que crean, que no los vamos a dejar solos», pedía Messi ese mismo día.
Y creyeron ellos antes que todos los demás. Contra México lucharon primero y celebraron después y contra Polonia se permitieron una libertad más, el disfrute del pase, del ingenio, de llevar de un lado al otro al rival hasta marearlo, de saberse mejores y ser capaces de ponerlo en el marcador sin el peso del favoritismo. El trabajo sicológico sobre el equipo es admirable, pero la fe no se perdió. «No volvimos, nunca nos fuimos», decía De Paul. Así, tal cual, enfrentarán a Australia en octavos de final.
Vivir sin Messi
Una de las grandes virtudes en las eliminatorias y en el título de la Copa América fue que la renovación del técnico Lionel Scaloni le permitió a Argentina no depender de Messi sino vivir junto a él, aprender a no respirar su aire sino a aprovechar su inagotable talento de otra manera, con libertad, dejándose sorprender. El equipo albiceleste se hizo temible a través de no tener que rotar siempre su juego por el 10 sino hallar soluciones, rematadores y generadores de juego por fuera de la magia de su pierna izquierda. Al final el capitán se hizo más jugador de equipo.
Pero contra Arabia y un poco contra México se dependió más de la cuenta. Después, contra Polonia, se dio el lujo Messi de fallar un penalti sin que eso hiciera temblar la estructura argentina. En otro momento sería un golpe insuperable. En contraste, el gol de Mac Allister tuvo 18 pases previos y el de Julián Álvarez otros tantos más y no dependió nunca de la puntada final del 10 sino que fue producto de un juego preciso, rápido pero no desesperado, intuitivo e ingenioso. El equipo, otra vez, por encima de todo y de todos.
Scaloni, impredecible
Muchos creen que es una señal de inexperiencia pero en realidad es un golpe de autoridad: Scaloni tiene la virtud de la deslealtad, de no respetar nombres ni camisetas en su plantilla sino de usar al que esté mejor, sin importar si se llama Julián o Lautaro.
Y a cada partido le tiene su plan: le falló el de Arabia, pero le pegó con todo a México con una apuesta de marca fuerte en el medio con De Paul y Rodríguez y proyección de Di María por fuera para desarmar con asfixia de balones al área rival, mientras que a Polonia le puso ‘jugones’ como Julián Álvarez y Enzo Fernández, consciente como estaba que atacarlo por las bandas era facilitarles la tarea y la necesidad meter dinamita en el juego interior. Le salió a veces bien y a veces mejor, pero así se hizo impredecible. El DT es responsable de echar a andar la Scaloneta. No hay dudas.