“No sé cómo lo he hecho”. Dijo Leylah Fernández después de vencer a Aryna Sabalenka, número dos del mundo, y meterse en la final del US Open con 19 años recién cumplidos. Y no es extraño que pensara eso, porque ante la líder del año en victorias (43) y una de las jugadoras de golpeo más potente, si no la que más, del circuito lo tenía complicado, pero lo consiguió (7-6 (3), 4-6 y 6-4 en 2:20). Con inteligencia y paciencia, la canadiense, hija de un exfutbolista ecuatoriano, emuló el logro de su compatriota Bianca Andreescu, que alcanzó el partido por el título del torneo estadounidense con la misma edad y a la postre fue campeona. Leylah, que ha eliminado en los últimos días a cuatro tenistas top, Osaka, Kerber, Svitolina y Sabalenka, intentará darle otro título al tenis de su país el sábado (22:00, Eurosport) contra la británica de 18 años Emma Raducanu, que pudo con la griega de 26 Maria Sakkari.
“La gente no se ha rendido nunca conmigo, gracias, Nueva York”, agradeció Fernández, que señaló como secreto de su resistencia, los “años y años de trabajado duro y lágrimas dentro y fuera de la pista”. Y no pudo elegir una solo cosa que le hubiera gustado más de su experiencia de estas semanas. “Me han pasado muchas cosas adorables. He conocido a Bille Jean King, a Juan Martín del Potro, Steve Nash está en mi box, gracias por venir. Es una gran inspiración, mi padre le ponía como ejemplo, así que es un honor que esté aquí viéndome jugar”, dijo sobre el exjugador de la NBA y paisano suyo.
El gran mérito de Leylah fue soportar con paciencia los ataques furibundos de Sabalenka, que colocó 45 golpes ganadores, 10 de ellos de saque directo, pero también sumó 52 errores no forzados, 29 más que su oponente, que aprovechó la velocidad de los golpes de la bielorrusa y restó como los ángeles a una jugadora que acreditaba un 81% de puntos ganados con primeros servicios en sus cinco anteriores partidos. Aryna, que fue un manojo de nervios e hizo un último juego lamentable con dobles faltas y dos fallos de bulto, se queda de nuevo a las puertas de una final de Grand Slam, como le ocurrió este mismo año en Wimbledon. Tiene 23 años y, por lo tanto, tiempo para encontrar un balance entre la agresividad y la encomiable valentía con la que juega y la precisión necesaria para vencer a jugadoras más tácticas, como Fernández, una estrella en ciernes.