El Sevilla le dice adiós al 2023. Tanta paz dejes como gloria llevaste a Nervión. De momentos mágicos a decepciones constantes. Porque en nervión hace tiempo que se vive sin mesura. Sin termino medio. Para qué. Y cerrar el año con la cabeza agachada y pensando en tus problemas no es la mejor de las previsiones para lo que está por venir. Porque el Sevilla tiene dos graves problemas esta temporada, tres si se le suma que ganar le cuesta Dios y ayuda. Y va a cambiar de año sin resolverlos.
El primero es el nivel global de su plantilla. No se puede negar que le faltan jugadores por lesión, algunos importantes. Como tampoco obviar que cuando le toca competir ante rivales medio serios aparecen las temidas costuras. Un equipo no creíble que tampoco cree demasiado en sí mismo. Niños imberbes a medio cocer; jugadores cuyas primaveras relucientes pasaron hace tiempo, dando paso a un frío invierno donde la calidad aparece como las luces del árbol de Navidad. Van y vienen. No dan para mucho más; y futbolistas que nunca debieron llegar al club (Januzaj o Rafa Mir) y que juegan con la intensidad justa para que no parezca que están comprados por el adversario. Un despropósito. Hasta Ocampos les lanzó un dardo al finalizar el encuentro. Como hace unos días Sergio Ramos. O estamos o no. Ir a medias molesta incluso más que borrarse. El argentino no podía comprender como sus compañeros no habían sido capaces de colgar un mísero balón decente en los últimos 20 minutos, jugando con uno más.
El segundo problema (o tercero, según se mire) sigue radicando en el banquillo. Al igual que en su estreno en Granada, sin tempo, se alabó la manera en la que Quique había organizado al Sevilla para sumar los primeros tres puntos lejos de su estadio, del mismo modo se le puede y debe señalar como uno de los principales responsables de salir de vacío del Metropolitano. Idea de partida cobardona y sin base futbolística real, simplemente para aguantar el pulso del empuje rojiblanco, para realizar unos cambios a cada cuál peor. Repito que el banquillo es terrorífico y que no tiene responsabilidad en las lesiones. Sin embargo, mantener los tres centrales con uno más, para pasar en los últimos diez minutos a Sergio Ramos a la delantera lo habría firmado el mismísimo Diego Alonso. Fue desnaturalizando al equipo. Le quito a todos los hombres creativos. Les obligó a circular sin pies. A correr sin cabeza. A ganar sin fútbol y casi sin fe. O sin demostrarla, que es lo mismo. Una primera decepción con Quique. Mejor no esconderlo cuando lo normal era no sumar. Porque el Sevilla hace una semana cayó ante el Getafe en un desastre pocas veces visto. El equipo se ha levantado. Compite. Pero cortándole los brazos y los pies desde el banquillo, lo de sumar se hace imposible.
Habría que pararse a mirar las estadísticas, pero de los numerosos entrenadores del Sevilla que han intentado ganar un partido fuera de casa sin delantero en el once inicial, ninguno ha terminado con una sonrisa. Todo lo contrario. Un plan de partido que quizás le valiese a la selección española de los títulos. Nada más. Acercas a la defensa rival a 40 metros de tu portería. Te embotellan. No temen que puedas salir en velocidad. No sienten intimidación alguna. Una decisión que tenía solución, viendo cómo había ido el primer periodo. Mejor esperar a ir por detrás para que existiese justificación real para quitar a Ivan Rakitic. Ahí le ofrezco mi cordial saludo al entrenador del Sevilla, ya que ha tenido los arrestros de sentar (aunque sea unos minutos) a un futbolista que no está atravesando un momento óptimo de forma, cada vez menos habituales. Y si las escasas piernas de Rakitic van más lentas de lo acostumbrado, es prácticamente uno menos. En la recuperación no se le espera, pero si cada pase hacia adelante termina interceptado por un adversario… Entiendo su fuerza en el vestuario, aunque flaco favor le hacen los técnicos que lo alinean sin valorar todo el contexto del partido. Si se trata de recuperar y correr, no te vale Rakitic. Para un pase en largo quizás, pero ahí ya tenía a Óliver y Suso. ¿Por qué desnaturalizar a un equipo que había hecho un gran partido en Granada? ¿Por qué no repetir lo que funciona? ¿Por qué intervenir en ese fútbol donde mandan las sensaciones de los futbolistas? Si todo el mérito (dicho por Quique) de la victoria en su estreno fue del equipo, para qué le cortas las alas y la confianza de jugar a lo mismo (dentro de las diferencias de rivales) que hace cuatro días. Llego a entender la supuesta prudencia, lo malo es que siempre se convierte en imprudencia. Los cambios acentuaron su despiste generalizado. Es lo que tiene llegar de nuevas. Que deseas ver a todos. Y, por supuesto, que la igualdad de oportunidades es una chorrada inmensa. En pretemporada lo compro. Con puntos en juego, no. Esto también viene arrastrado de una gestión lamentable desde la directiva, cambiando de rumbo cada dos por tres. El Sevilla lleva dos años pagando peajes al nivel de las indemnizaciones.
Pese a que Suso no esté al 100%, es el único con cierta pausa y capacidad de ver los espacios. Prescindir de él, un lujo. Lo mismo se podría decir de Óliver, de los más acertados. Todo para no quitar un central y meter a Ramos de 9. Catetada. Con Rafa Mir y En-Nesyri ya esperando en el área. Tengo cabeceadores y algún que otro centrador, pues lo más inteligente es dejar que Gudej decida el último pase y no un futbolista con la calidad suficiente como para cambiar la pelota de lado o abrir a banda con la suficiente pericia como para que el centrador vaya con ventaja con la simple carrera. Nunca habrá defendido el Atlético más cómodo con uno menos. La primera gran lección de lo que no permite el sevillista (aunque jugase fuera) se la ha llevado Quique en su segundo partido. No hay término medio. Claro que se puede perder, más en este Sevilla de medio pelo, pero importan muchos las formas. Lo que haces o dejas de hacer. Lo que decides, hasta el más mínimo detalle; e incluso lo que dices. No defender lo indefendible. Cero excusas y más autocrítica. El Sevilla jugó mal en el Metropolitano. Parecido a todo el 2023, donde sólo ha ganado (ahí reside su grandeza) cuando debía para hacer feliz a los suyos. Hasta que se decidió que para volver a asomar la cabeza entre los mejores (quedó ducodécimo en Liga el pasado año) lo mejor era tomar por un atajo. Cortar cabezas. Reiniciar. Como el niño que pierde la partida y vuelve a cargar el juego. No me vale. Reset. Lo malo es que el fútbol siempre te cobra la factura al final.
Ahora Quique está tratando de situarse. No voy a cometer el error de compararlo con Diego Alonso. No obstante, por el bien del Sevilla y de todos sus aficionados, que no sea un espejismo. Que Granada no lo sea. Y que el Metropolitano, en cambio, sí. El Sevilla va a vivir un año durísimo. Y por su bien, que Quique acierte lo más posible dentro de sus grandes capacidades como entrenador. Los inventos, para la cena de Nochebuena. O de Nochevieja. Para unos menús salidos de pseudorecetas de TikTok. Todo se arregla, pese a los errores, con la buena compañía. En el fútbol, dos y dos suman cuatro. Siempre. Que las fiestas iluminen al Sevilla. Se despide del año con un título más en la mochila. Historia viva. Budapest en la memoria. Y sin embargo, el decirle adiós al año deja una sensación triste. Desanimada. De vacío. Te levantas el día 1 y te toca recoger la fiesta a ti solo. A sí se siente el sevillista, pensando que todo lo pasado fue mejor. Necesita ayuda. Espera y desea que Quique se arremangue y sea la persona que verdaderamente ilumine un 2024 que las predicciones lo señalan más nublado que de costumbre. Que lo de tocar el cielo o sufrir es cuestión de costumbre. De tener falta o no de ella. Así es el Sevilla. Un equipo inolvidable cuando quiere. Y también para olvidar por el mismo motivo. Para qué va a cambiar.