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El Atlético cree que llevan 100 años pasando cosas raras en el Bernabéu con los árbitros. No es un comentario de barra de bar: lo dijo Simeone. El Madrid cree que hay una confabulación judeomasónica de los árbitros contra el club. Tampoco es un comentario de barra de bar: lo dice el Madrid. Bueno, no lo dice. Lo manda decir que es peor todavía. Y en ese clima se va a jugar el derbi. Todos sospechan de todos.
El caso es que, históricamente, los títulos de
El termómetro va en función de cómo le vaya a los equipos en un determinado periodo que puede ser una jornada o un mes. El Madrid viene de ser atracado, en términos coloquiales, ante el Espanyol y la indignación y la propaganda del club es patente y pública. En el Atlético, que ha ganado y ha visto como le perdonaban una expulsión a Gallagher, callan. En el Barça, como le ha ido bien en el recorte de puntos, nadie dice ni mu.
Los arbitrajes
Gran parte de culpa de que se aireen los contubernios es de los arbitrajes y de la baja calidad de algunas actuaciones. Que no fuera tarjeta roja la entrada a Mbappé no hay por dónde cogerlo. Pero según la deriva que está tomando el arbitraje, no debe extrañarnos. Antes, para bien o para mal, el árbitro era el juez de primera instancia, el de instrucción y hasta el juez del Supremo. Tenía que decidirlo todo. Mandaba en el campo. Hoy es un mandado, un simple pasante, un conserje del VAR que da curso a lo que le ordenan. Y el VAR es una especie de cementerio de elefantes de árbitros en el que, según pasan las jornadas, puede pitarse cualquier cosa. Eso de que el VAR ha hecho más justo el fútbol es un camelo. Y, por supuesto, los clubes aprovechan cualquier cosa para rebañar el plato, para darse golpes en el pecho y decir que les han robado.
Un árbitro de los antes de antes, con mando real en el campo, expulsa al jugador del Espanyol y a otra cosa. Hoy, se echan en manos de la red del VAR y ya decidirá otro. A los árbitros les han dejado desnudos de autoridad, les han retorcido el reglamento, les están capando la intuición, les impiden tomar la medida del partido en parámetros que no son medibles —ambiente, comportamiento de jugadores, nivel de tensión— y están convirtiendo un juego aparentemente sencillo en un sin dios. De paso, estamos elevando a estrellas del rock a unos tipos vestidos de árbitro que miran el partido por la tele.