
El Atlético estuvo a punto de despeñarse anoche, cuando tras un precioso gol de Álvaro García se vio 1-2 en el marcador ante el Rayo, a un cuarto de hora del final, pero en ese trance demostró que sigue muy vivo. Todo su partido fue enérgico y atacante, pero a partir de ese momento subió un peldaño en velocidad y ambición, llegando bien por las dos bandas, con verdadero peligro. El hombre de la noche fue Julián Alvarez, que ya había marcado el primer gol del partido y luego hizo los dos de la remontada, el último con un tirazo desde fuera que no llegó a la excelencia del de Chávarri que valió el 1-1, pero cerca estuvo. El Atlético tiene en Julián el hombre franquicia que ha dejado de ser Griezmann, por el peso de los años. Aún rinde servicios, pero ya no es el referente del equipo.
El otro hombre grande de la noche fue Llorente, un cuchillo por la banda derecha, que dominó con su incansable y veloz juego, completado con precisos pases. Cierto que se mereció la expulsión, todavía con el 2-2, por un gancho al hígado de Chavarría en respuesta a un agarrón prolongado, pero al menos podrá decir que no estuvo en la jugada del 2-3.
Pero agarrar, lo que se dice agarrar, el que lo hace constantemente es Le Normand, que no podría haber sido futbolista de no ser por la reciente y creciente indulgencia de los árbitros con esa práctica. Los suyos no son agarrones fugaces, de los que sirven para cambiar el ritmo del rival, sino rotundos, cogiendo al rival al modo de un saco que ha de cargarse en un camión. Juega al límite del penalti. Anoche desesperó a Alemao.
El Rayo hizo un buen partido, como suele, pero se vio desbordado por el aluvión final del Atlético, consciente de que si no ganaba este derbi antes del derbi se sumiría en una crisis profunda. Lo de anoche explica que aunque siga a nueve puntos del Madrid el equipo está vivo. Y ahora puede soñar con situarse el sábado a seis, una distancia que ya no suena tan trágica.
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