Vuelven los Celtics. Así, sin paliativos ni nada más que decir, en una frase que significa mucho más de lo que esconde, de lo que parece y de lo que dice y significa. Vuelve el equipo por excelencia de la NBA, el que dominó la competición en sus albores, una Liga que ayudó a formar, de la que es pionero y fundador junto a unos Warriors que esperan en la última serie, esa que decidirá al campeón de la temporada 2021-22. 34 años han pasado desde que Larry Bird y el penúltimo equipo icónico de Boston llegara a unas Finales. Desde entonces, solo dos participaciones, un bagaje muy lejano de lo que han sido como franquicia y dejaron de ser, perdidos en el tiempo, en la retirada definitiva de Red Auerbach, los fallos y los aciertos de Danny Ainge, la ristra de entrenadores que llegó con más o menos efectividad y el nuevo proyecto que se heredó del antiguo, el último que ganó en 2008 y también el último que aterrizó en unas Finales, en 2010. En ambas ocasiones se enfrentaron con su enemigo íntimo, unos Lakers que aprovecharon de otra forma el tiempo y les llegaron a igualar en anillos, con 17. Ahora, la oportunidad de la reivindicación es también la de la redención. La del desempate histórico, recuperar el honor y volver al sitio que ocuparon con Bill Russell, Larry Bird, Kevin Garnett. A lo más alto.
Es el triunfo de Ime Udoka, de Brad Stevens, de la necesidad imperiosa de educar en la victoria a una generación que no la conocía, de convertir a un equipo desmadejado en uno ganador. La estructura había cambiado, los nombres del pasado estaban en sitios distintos y la herencia de triunfos prehistóricos es difícil de conseguir cuando lo que has vivido ha sido la lucha titánica de levantar un proyecto que finalmente ve la luz. 51 victorias en regular season, mejor equipo de 2022 como año natural, clínic de baloncesto ante los Nets en primera ronda, serie extraordinaria a siete partidos ante los Bucks, vigentes campeones, y otros siete encuentros para despachar a unos Heat cuyo pundonor es solo comparable a la calidad de su mejor directivo, el inabarcable padrino Pat Riley; y de su entrenador, un Erik Spoelstra que se las arregla para salir reforzado acabe como acabe cualquier temporada. Una vez más, ejercicio de supervivencia fantástico de un equipo que llegó con 3-2 abajo al Garden, empató y tuvo una oportunidad de ganar el partido con un triple errado de su líder y mejor sostén, un Jimmy Butler que ya no dio para más. El resultado era entonces de 96-98 tras un triple de Max Strus que redondeó un parcial de 11-0 que les daba una oportunidad. Pero el triple de Butler no entró y los Celtics celebraron una victoria legítima, merecida, absolutamente titánica.
Los Celtics han sido la mejor defensa de la temporada, uno de los mejores ataques, han llegado a playoffs con problemas físicos y siguen vivos porque quieren, porque pueden, porque se lo merecen. No han perdido todavía dos partidos consecutivos en toda la fase final, han ganado un séptimo en casa y un séptimo fuera de casa, han aguantado la presión del campo rival y han ahuyentado, al fin, los fantasmas de su pasado más reciente y el bloqueo mental de las finales de Conferencia, una ronda a la que llegaron en 2017, 2018 y 2020… y en la que cayeron en 2017, 2018 y 2020. La última de esas veces, por cierto, fue contra los Heat. Una victoria, la de ahora, con cierto halo de venganza y una capacidad inherente a este equipo, que vuelve a experimentar ese orgullo verde del que siempre han hecho gala, a hacerse fuertes ante la adversidad, a agarrarse a jugadores de una conexión brutal con el público y el baloncesto (Al Horford), convertir jugadores prometedores en estrellas (Jayson Tatum y Jaylen Brown) y paliar los defectos de Marcus Smart para convertirle en el favorito de la afición, el sostén de la defensa y un jugador que ha mejorado mucho en ataque y que no se arredra, se sabe recuperar de sus malos momentos en los finales apretados y no ceder en defensa, donde jamás ha dado un paso atrás.
Lo tuvieron los Heat, prevalecieron los Celtics
Que los Heat pudieran ganar el partido, tal y como fue el partido, era hasta extraño. Los Celtics salieron bien (1-9 de inicio), se fueron a 7-20 y a 9-24 y llegaron a mandar de 17 puntos en el segundo cuarto (17-34). Pero Jimmy Butler, siempre Jimmy Butler, decidió que no se lo iba a poner a nadie tan fácil y que llegaba otra vez su momento. El alero decidió que si los triples no entraban era hora de atacar la zona, sacar faltas personales, ir de fuera hacia dentro, apretar la infatigable zona de los Celtics y hacerse fuerte con fuerza y honor. Los Heat se fueron solo 6 abajo al descanso (49-55) gracias a los 18 puntos de Butler en ese cuarto y a su eterna exhibición tras los 47 puntos anotados en el sexto partido. En el séptimo, 35 puntos y 9 rebotes, octavo partido de más de 30 puntos en la post temporada, récord de la franquicia junto al que ya estableció LeBron James en 2013. Butler disputó los 48 minutos que había que disputar, no descansó y acabó destrozado, pero con la oportunidad de ganar el encuentro. Pero el triple, ese triple, dio al aro y rebotó. Y Marcus Smart, que había fallado tres triples liberados para sentenciar previamente, sí acertó desde la personal. Ahí murieron los Heat, que ya no anotaron más. Una muerte dulce. Pero una muerte, al fin y al cabo.
Los árbitros decidieron poner alto el listón y dejar que los jugadores se dieran los golpes necesarios. Fue un partido muy típico de la Conferencia Este: fuerza, garra, rebote, físico. Lucha titánica, al final taquicárdica, un premio finalmente para un espectador que ha visto encuentros muy dispares en esta serie, con los Heat promediando 88 puntos en las derrotas y más de 110 en las victorias. En la segunda parte, se dejaron de pitar faltas para los locales, que solo lanzaron 2 en los últimos 24 minutos por 16 de sus rivales. Pero Kyle Lowry, curtido en mil batallas, dejó de un lado sus problemas físicos y apareció al final del tercer cuarto para dar morbo: un triple, un 2+1, una asistencia para mate de Butler y una falta en ataque provocada. Lowry acabó con 15 puntos, 7 rebotes y 4 pases a canasta, tiró de su consabida experiencia, jugó casi 39 minutos y falleció dentro de la lógica al final, cuando se quedó sin fuerzas. Ahí apareció Max Strus, con el triple que apretaba el partido al máximo (96-98). Antes, la resurrección de Lowry dejaba a 7 puntos a los Heat con 12 minutos para el final. Y cada vez que los Celtics amenazaban con romper el encuentro, los Heat se volvían a acercar.
Las piernas les temblaron a los Celtics, que se asustaron por el apunte de la remontada, pero el triple de Butler no dio un final poético y sí uno lógico y merecido para unos Celtics que dominaron el séptimo partido y la mayor parte de la serie, pero que cedieron tres victorias en favor de unos Heat que jamás se rindieron. Tatum, que tomó decisiones cuestionables en el tercer cuarto, anotó un triple y una suspensión sobre la bocina al final y acabó con 26 puntos, 10 rebotes y 6 asistencias. Jaylen Brown, con una buena selección de tiro, en 24+6+6. Smart se fue a otros 24 tantos, que redondeó con 9 rebotes, 5 asistencias y 2 robos (3 de 10 en triples). Y Horford, ese ser eterno y omnipresente, compensó su falta de acierto en el tiro (5 puntos, 2 de 9 en tiros), con 14 rebotes, 3 asistencias, 1 robo y 2 tapones, magistral en la protección del aro al final y en la defensa del triple de Butler, que se olió desde que la estrella atrapó el balón en su propio campo. Horford también atrapó ese rebote, compensó los problemas físicos de Robert Williams (14 minutos) y fue de nuevo el alma. Y Grant Williams y Derrick White anotaron 11 y 8 tantos respectivamente y confirmaron esa corta rotación inherente a los séptimos partidos y en la que no estuvo incluido un Tyler Herro lleno también de problemas físicos: menos de 7 minutos para él, ninguno en la segunda mitad. Bam Adebayo sí apareció (25+11+4), pero la suerte estaba echada. Y el partido fue, claro, de los Celtics.
Los Warriors, el último gran enemigo
La guinda del pastel son las Finales, el momento cumbre de la temporada, el escollo definitivo para unos Celtics que quieren redondear la temporada con el premio máximo, eso que toda gran estrella busca de cuando en cuando en la NBA. El equipo verde ya tiene los recuerdos de derrotas pasadas, ha conseguido superar la barrera que parecía imposible de superar y tiene ahora 72 horas de descanso antes de que, en la noche del jueves al viernes, empiecen las Finales. Las primeras, insistimos, desde 2010. Nadie en la plantilla tiene experiencia previa en esta gran cita e Ime Udoka, uno de los ganadores de la temporada acabe como acabe esto, llega a la última ronda de los playoffs como entrenador rookie, algo que Steve Kerr ya consiguió en 2015, en los inicios de la dinastía. Kerr ganó ese año el primero de sus tres anillos (como entrenador) en sus primeras de sus seis Finales (como entrenador). De casualidades va la cosa.
Los Warriors han tenido más días de descanso, han disputado 16 partidos en estos playoffs por 18 de sus rivales, y llegan de un 4-1 y no de un 4-3 como los Celtics, que pasaron con el mismo resultado la eliminatoria ante los Bucks. El equipo de La Bahía, que cuenta con ventaja de campo en las Finales (algo que han tenido siempre excepto en 2019, ante los Warriors), tiene tiempo para recuperar a Gary Payton, Otto Porter y Andre Iguodala. Mucho más que el que tendrán los Celtics para hacer lo mismo con un Robert Williams muy tocado o un Smart que ha sido duda también para el séptimo ante los Heat y que arrastra problemas físicos desde las semifinales. En teoría, a los Warriors les venían mejor unos Heat que contaban con menos poderío interior, el talón de Aquiles de un equipo que cuenta, eso sí, con un espectacular Kevon Looney, ascendido a la titularidad en mitad de los playoffs por obra y gracia de sus compañeros. Y con Draymond Green y su figura, su personalidad, su carisma y su capacidad para hacerse fuerte ante cualquier rival que se le ponga delante.
A Draymond, Stephen Curry y Klay Thompson tendrán delante los Celtics, un trío al que hay que respetar por histórico, por legendario. Porque en el banquillo tienen a Steve Kerr, porque saben lo que es estar en estas situaciones. Por ser una dinastía absolutamente histórica, la última que ha tenido una NBA que no espera a nadie. Algo que ya saben los Celtics, que han confirmado en todo este tiempo algo que todo el mundo aprende en la mejor Liga del mundo: ganar no es fácil. Nunca lo es. Pero ahí están, inconmensurables, tan favoritos como sus rivales, enormérrimos, titánicos, épicos. Y han sobrevivido, en la última década, a rumores de desmembramiento, de disolución, al pésimo paso de Kyrie Irving, las discusiones con Gordon Hayward en la burbuja, la química resquebrajada y luego recompuesta. La salida del banquillo de Brad Stevens, las críticas y los cuestionamientos; tamibén las dudas. Han sobrevivido a sus propios fantasmas. Y han llegado al lugar que les corresponde, a ese que jamás debieron abandonar: las Finales. 17 títulos, 22 de Conferencia. El espíritu de Bill Russell, de Bob Cousy, de Red Auerbach. También de Larry Bird, cuyo premio a MVP ha estrenado Jayson Tatum. Los Celtics vuelven a las Finales. Los Warriors esperan. Ahora falta lo mejor. La guinda del pastel. La gloria eterna. El anillo.