Ganar con lo justo pero sin sufrir es posible, tal como lo ha demostrado el campeón mundial en las Eliminatorias.
Argentina superó en casa por 1-0 a Paraguay en un partido que se resolvió en el arranque y que no solo no dejó sorpresas sino que incluso careció de grandes emociones, un espectáculo que Lionel Messi empezó viendo desde el banquillo.
El duelo se abrió pronto cuando Nicolás Otamendi apareció en el área rival acompañando una salida y resolviendo con un zapatazo que casi no vio ningún paraguayo. Pasaron siete años sin gol, lo festejó a lo loco. Apenas se jugaba el minuto 3.
Y de ahí en más fue de administrar la ventaja mientras el oponente no parecía tener la intención de atacar siquiera.
Buen arranque de Álvarez, buen rendimiento de De Paul y en general un primer tiempo sin apenas distracciones de los hombres de Scaloni, quien en todo caso permanecía en el banquillo, el mismo donde veía su capitán el partido, muy cercano al trámite.
Después entró el capitán a la cancha, lo que esperaban las más de 80.000 almas en el Monumental, y a ellos les daba gusto dos veces: en un intento de gol olímpico que habría sido el delirio total y en una pelota al palo en un tiro libre sobre los 90 minutos.
Nunca pensó Paraguay que podría hacer daño, más allá del sacrificio de un Almirón que quería pero no podía resolverlo todo.
Argentina se trepaba en el segundo turno a la punta de la tabla de posiciones de las Eliminatorias, en otro día en la oficina para el campeón mundial. Ya estaban pensando en Perú, el próximo martes.