El cabezazo de Sergio Ramos en el alargue, despejando un balón dividido en el centro del campo y que no terminó rompiendo una ventana del hospital San Juan de Dios de milagro, se celebró prácticamente como si fuese el gol de la sentencia ante el Atlético de Madrid. El público del Sánchez-Pizjuán estaba entregado. A la causa. A su causa. Ayudando al Sevilla para que sumase tres puntos que hace una semana nadie hubiese contado con ellos y que suponen, junto a la victoria en Vallecas, un alivio inimaginable hasta hace bien poco. Un equipo que se dejó el alma en la hierba ante uno de esos rivales que también compiten con todo lo que tienen. Que el Sevilla corriese más, se llevase la mayoría de los balones divididos y fuese a la batalla con fe desmedida es el paso que necesitaba para pensar que la salvación, pese a ser su único objetivo, no debe ser tan milagrosa como cabía pensar. Ya se debe desalojar ese pensamiento del sevillismo de que como hay tres equipos medio desahuciados, por ahí me puedo salvar. El Sevilla cogerá impulso con estos seis puntos, para quitarse el miedo de las entrañas y competir con el único pensamiento de sumar los máximos puntos posibles. No hay mayor regalo que terminar el último mes del curso ganando por inercia y que los puntos en juego no tengas ni siquiera mucho valor. Eso significaría que el Sevilla ha evitado por segundo año consecutivo una hecatombe y que se comience a preparar (con tiempo de sobra) el que realmente debe ser el reinicio de un proyecto que sigue haciendo aguas. Sin embargo, lo más importante y de verdadero peso es que la victoria ante el Atlético reconcilia al Sevilla con su gente. Después de tanto mal sabor de boca; de no ganar en el Sánchez-Pizjuán desde septiembre; de noches en vela por un miedo atroz al descenso; de no saber ya a quién culpar por una situación deportiva inexplicable para un reciente campeón europeo; de odiar cada fin de semana en el que el fútbol te amargaba el descanso familiar… Demasiados meses de dudas. La situación sigue siendo compleja, pero ya llueve menos. El corazón de Nervión volvía a latir con fuerza. A rugir en el pecho. El equipo sintió esa conexión. Y voló con la ilusión de un niño hacia la victoria más necesaria de la temporada.
Porque la victoria en Vallecas significó casi salir con un gol arriba en el Sánchez-Pizjuán. Ese pequeño colchón con la zona de descenso, que se iba a mantener incluso sin puntuar. Pero había que hacerlo. Y demostrar que la mejoría en la imagen se tenía que trasladar en puntos. No valían esos 20 minutos ante el Alavés, para terminar perdiendo en el alargue. No valía la buena primera parte ante Osasuna, para volver a encajar de saque de esquina y sentir que el temblor de tus piernas no te deja competir delante de tu afición. Necesitaba una victoria como la alcanzada ante el Atlético. Tanto poder como creer que se puede. Ante cualquier rival. Si el equipo cree, el aficionado el doble si cabe. Sintió que era el partido para darle la vuelta a la tortilla, donde hacía falta más que nunca su garganta. Que los jugadores estaban dispuestos a dejarse todo sobre la hierba. Terminaron destrozados y felices. Con una piña en el campo como si hubiesen ganado algo más de tres puntos. A Suso incluso se le ponían los ojos vidriosos. Es mucha la carga emocional acumulada. Son duelos así los que liberan a los grandes equipos. A esos que han vivido meses atenazados. Triunfos que permiten pensar que la siguiente salida, en Mestalla, ya no es la visita al dentista, que por qué no puede continuarse con una dinámica positiva. Eso es lo que hablaba Quique en sala de prensa desde que llegó. Que sabía que el equipo era bueno por la calidad de sus jugadores. Necesitaba encontrar ese punto en el que se sintiesen cómodos, seguros de sí mismos y capaces de volar. De correr y competir. De jugar y pelear. De sufrir y ganar. En definitiva, de ser el Sevilla.
Y es que los equipos lo componen un conjunto de individualidades. El Sevilla ha ganado en las últimas semanas una barbaridad con incorporaciones que le han elevado siete escalones en su rendimiento. La vuelta de En-Nesyri de la Copa de África ha coincidido con las dos victorias del Sevilla. No es casual. A sus dos goles en Vallecas incluyó anoche un catálogo de trabajo en la presión y en la salida del equipo a la hora de estirar cuando más agobiado estaba. Y en los córners. Cuánto le han echado de menos en la estrategia defensiva. Es una pared en el primer palo. Insustituible. Nyland. Otro. Un portero que salva puntos, como en el mano a mano ante Morata. Aquí es donde más ha ganado el Sevilla. Porque necesitaba que la defensa no temblase ante cualquier disparo, remate o incluso pase al área. El noruego, que encima juega mejor que la mitad de sus compañeros con los pies, se lo sacó de la chistera Víctor Orta. Al César lo que es del César. Quedan dos. Acuña. Top. Su posición de falso tercer central, sólo cuando el Sevilla defiende en bloque bajo, es una bendición. Porque es quien mejor salida de pelota tiene. En corto y largo. Sale como lateral, empujando a Ocampos hacia posiciones ofensivas, para defender dentro del área. Es quien permite que el sistema que lleva semanas ensayando Quique funcione como un reloj. Es la pieza clave. La que permite que el acordeón no desafine.
Y qué decir a estas alturas de Isaac Romero. No es que haga goles, es que juega al fútbol de maravilla. Controles orientados, conducciones en zonas de peligro, sin ponerse nervioso y esperando el pase clave. Tiene fútbol de calle y hambre de gloria. De pensar que no viviría noches así, a hacerlas suyas y emocionarse cuando Nervión se rinde a sus pies. Su corazón latía por disfrutar de una noche en Nervión. Le quedan muchas. Y si lo sigue poniendo bocabajo, ya no será el niño que debía subir del filial, sino don Isaac Romero Bernal, el delantero que el Sevilla necesitaba y lo tenía duchándose en el vestuario de al lado del primer equipo. A veces el Big Data pasa de largo por la cantera. Siempre se valora más lo que vemos menos cerca o conocemos de oídas. Hay que fichar a Gattoni que Kike Salas está muy verde. Como esas, infinitas. En el Sevilla lleva pasando años. Las mejores lecciones se aprenden en los peores momentos. El Sevilla parece que ha vuelto. Y si no lo ha hecho, su afición al menos sonreirá durante unas semanas al no verse ahogada por la pesadilla del descenso. Cómo animaba Nervión. Cómo empujaba. Cómo cantaba y festejaba con el pitido final. Incluso, cómo lloraba. Porque nunca se conoce verdaderamente la angustia de lo olvidado (descenso) hasta que vuelve a llamar a tu puerta. El Sevilla ha echado la llave. A ver si no la pierde.