Hace así como medio siglo no eran raros en nuestra sociedad los partidos -de fútbol- de artistas contra toreros, solteros contra casados, gitanos contra guardias civiles y cosas así. Incluso hubo uno muy nombrado de ‘folklóricas’ contra ‘finolis’ que se aprovechó para desacreditar el concepto mismo de fútbol femenino, pero esa es otra historia.
El caso es que aquello se tomaba como algo gracioso, que no tenia que ver gran cosa con el deporte real e incluso con la industria deportiva. Era sólo un ‘desfile de los monstruos’, como en la película. Una extravagancia. A veces salían en la tele o en el MARCA. A veces salían en el No-Do y a veces en las revistas del corazón…
Lo curioso es que en la actualidad lo que era una broma ha pasado casi al protagonismo: streamers que suben al ring, debutan en la élite del fútbol -pero del fútbol ‘serio’- o tienen ligas difundidas y publicitadas, viejas glorias repescadas para volver a jugar o pelear o, simplemente, ponerse ante las cámaras. Y en el fondo, dinero, mucho dinero…
Lo que esto nos señala es que el ‘producto’ -el espectáculo deportivo- ya no importa: importa el beneficio que se saque de él. No nos vamos a poner estupendos diciendo que si es tal o cual: es una nueva faceta del mundo del espectáculo. En el caso de los ‘streamers’, de cómo sacar dinero de un espectáculo gratuito. La ‘nueva economía’.
Pero no nos extrañe si, con este criterio del espectáculo por sí mismo y del beneficio, en el caso de que salgan las cuentas veamos alineaciones o incluso resultados del mundo real, no de estos submundos del espectáculo, basados en ellas. Tendrá plena lógica: que una organización que organice ‘algo’ decida que si con tal púgil o con tal equipo o haciendo jugar a tal o a cual van a sacar más beneficio que si sucede otra cosa, obren en consecuencia. Pero antes de indignarnos pensemos que si ‘alguien’ vende esto es, claro, porque ‘alguien’ lo compra: ustedes.