
En el segundo capítulo de ‘Tiempo de Revisión’ el CTA nos deleitó con una nueva entrega de las incongruencias del arbitraje español. El VAR está para corregir los errores de los árbitros de campo. Pero si en el VAR no corrigen un error de un árbitro de campo, también está bien. O algo así dijeron de la jugada de Huijsen en Anoeta.
Que Gil Manzano se equivocó, porque era amarilla y no roja, pero que Figueroa Vázquez hizo bien en no advertirle de su error. Que entramos en el terreno de los grises, como si nos estuvieran hablando de los cuadros de Rothko y no de fútbol. Han pasado de negacionistas del error arbitral a defensores del orden cromático.
Todos entendemos lo que es una jugada gris, lo que es un penaltito o una jugada en la que la decisión del árbitro que está sobre el césped debe prevalecer porque en el VAR tampoco tienen un argumento claro para que rectifique. Pero entonces no mates al árbitro, no salgas diciendo en público que se ha equivocado. Di que si él pitó roja según su interpretación de la jugada, que es roja. Pero si para el CTA esa jugada está mal pitada, también debió estarlo para el VAR.
Que también te digo, si los jefes del CTA son los que aprecian si una jugada está bien o mal pitada, que estén ellos en el VAR. Que lo conviertan en una suerte de comodín de ‘Quién quiere ser millonario’ y sean ellos, los que van a poner nota a los arbitrajes unos días después, los que le digan al del césped: «Oye, que no es zona DOGSO, retira la roja y saca amarilla».
Si llenamos la liga de jugadas de «Está mal pitado pero no le puede avisar el VAR», le estamos otorgando a la herramienta que ha proporcionado el mayor avance reciente del fútbol una levedad insoportable. Y si encima los comités sancionan las jugadas mal pitadas como aciertos, mejor nos vamos.
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