El momento más esperado del Mundial de Catar: Lionel Messi levantó el trofeo de campeón mundial. ¡Por fin! No es que hiciera falta pero, ¡Misión cumplida!
Y es que la noche fue siempre angustiosa hasta esos minutos finales, cuando ya el capitán se había abrazado a cada uno de sus compañeros, a sus hijos y familiares en la cancha, a todos los que lo trajeron hasta aquí.
Una vez se apagaron las luces, por fin pudo respirar tranquilo para ver a Nery Pumpido y Sergio Batista caminando hacia el escenario en los instantes previos a la coronación.
Pasaron los actos protocolarios, pasó por su premio al mejor jugador del Mundial y entonces pudo hacer eso que soñó toda su vida: le pasó al lado a la copa, la besó, la acarició, la hizo para siempre suya.
Sesión de fotos, de hacerle un pasillo a la subcampeona mundial, ese momento incómodo en el que todos quieren salir de ahí por el dolor de la derrota, pero que no borra el mérito gigante de luchar con el alma por el título que en todo caso estaba destinado a las manos argentinas.
Luces verdes sobre el escenario daban paso a Armani, Montiel, Foyth, Paredes, Pezzella, De Paul, Acuña, Álvarez, Di María, Rulli, Palacios, Romero, Correa, Gómez, Rodríguez, Otamendi, Mac Allister, Dybala, Lautaro, Dibu Martínez, Enzo Fernández, Lisandro Martínez, Molina, el técnico Lionel Scaloni y entonces, el capitán a escena.
Es para ver y repetir: la medalla dorada en el pecho, salidos cordiales pero el objeto de su deseo estaba escrito.
Lo vistieron con una capa negra y dorada y ya no pudo aguantar la risita, se frotaba las manos mientras escuchaba la instrucción de Infantino para la celebración y el jeque le daba la copa: la abrazó, la besó, hizo su carrerita lenta delante de sus compañeros y al llegar al medio la levantó por fin al grito de ¡Dale campeón, dale campeón!
Una vida esperando ese momento de abrazarla, no quiso soltarla, nadie se la pidió tampoco, la miró una y otra vez para creérsela de una buena vez y entonces sí empezó a pasar de mano en mano.
Al escenario fueron los tres hijos del 10, el alma del mejor del mundo en ese preciso instante, todos mezclados en ese salto de euforia y satisfacción de un deber que ya se había cumplido pero que ahora, más que nunca, es suyo. A eso fue a Doha, a recoger ese trofeo. Si era su última vez, ya fue inolvidable.