No hace tanto describíamos cómo el Sánchez-Pizjuán se había convertido en un manicomio (en el buen sentido de la palabra) para llevar a su equipo a las semifinales de la Europa League. Las camisas de fuerza blancas se tiñeron de rojo para impulsarlo hacia una final que volvía a hacer suya. Una Europa League que paseaba por las calles de su ciudad hace exactamente ¡una semana! El sevillismo, por un motivo u otro, vive en un pozo de insatisfacción permanente, con esa personalidad de celebrar durante 24 horas máximo, para apelar a renglón seguido a la aborrecible exigencia y pedir hasta la luna si es necesario. Como el hijo que le invitas, con ahorro de meses o años, a Disneyland París por una ocasión especial y te espeta, sin calcular demasiado, que el año que viene os toca el de Orlando. Te falta soltarle un ‘ahora te atiendo’ en toda regla. Pues como consecuencia de haber convertido tu estadio en un manicomio, lo normal era que en algún momento apareciese el psicólogo en escena, para tener el cuadro completo. Pasar del éxtasis de un título, a que se mueva el suelo bajo tus pies. Porque la presumible salida de Monchi ha cogido al aficionado medio decidiendo la talla de la camiseta conmemorativa del título y valorando si por mensajería llega en tiempo y hora. Nada le hacía pensar que la estructura deportiva de su Sevilla podía dar un vuelco tan gigantesco. Nada. Y, encima, ya tenía al bueno de Mendilibar con su año de contrato. Por cierto, otro que debe estar flipando con el asunto Monchi. Debe pensar que dónde se ha metido. Porque los desperdicios de ciertas zonas del estadio van dejando rastro en el aire. Se han escondido mal bajo la alfombra. No se le han buscado soluciones a los conflictos, sino que se ha apretado las tuercas hasta que reventase por algún lado. Incluso con esa intención. Y el objetivo era Monchi. Que nadie piense que este artículo es una defensa al director deportivo. Ningún lazo me une. Simplemente el respeto de la figura más importante de la historia que muchos hemos conocido del Sevilla. Le pese a quien le pese.
Es normal que un club o una empresa se siente con el director deportivo o el alto ejecutivo que tenga en nómina y le fiscalice, le pida cuentas sobre desembolsos importantes (futbolistas) que terminan por no rendir y generan un agujero en las cuentas. En este negocio nadie acierta siempre y al final hay que poner en la balanza los aciertos y errores. No creo en la inviolabilidad de nadie. Todos pueden y deben ser juzgados. Partiendo de esta premisa, Monchi no lleva un cuarto de hora en el fútbol, ni en el Sevilla. Todos los que están en el club le conocen a la perfección, saben su modo de trabajar y cómo funciona. Lo que ocurre es que, por otra parte, se trata de profesionalizar distintas áreas del propio Sevilla, accediendo gente de fuera o cercana a los que mandan. Unas estructuras concienzudamente estudiadas para generar un gasto mayor y que el poder recaiga en más personas, es decir, que todas deban pasar por un filtro hasta llegar al presidente, o quien ejerce esas funciones, es decir, José María del Nido Carrasco. Será presidente antes de que finalice el año. Lleva ejerciendo esa autoridad varios meses. Muchos, a decir verdad. Dime con quien andas y te diré quién eres. Este refrán tan manido siempre se me viene a la cabeza porque lo utilizaba mucho mi padre cuando me iba haciendo adolescente, tratando de acercarme al mejor entorno posible para mi desarrollo. Pues algo así puede extrapolarse a un Sevilla donde han adquirido mucho poder personas que directamente no tragan a Monchi. A la persona y a su aura. Cada titular dedicado al director general deportivo es considerado un menosprecio al trabajo que realizan en el Sevilla en otros departamentos, como si su popularidad chocase con el crecimiento de la propia entidad nervionense. Es cierto que Monchi se ha metido en varios fregaos por defender al Sevilla. A su manera y con sus formas. No siempre han sido las mejores. Pero tiene la virtud de unir en las malas. De levantar el ánimo del hundido. De apelar al amor cuando el corazón está roto. Representa al sevillista como pocos. Representa al sevillismo como nadie.
La gota que ha colmado el vaso de su paciencia ha sido el sentirse traicionado por las personas que hasta hace un cuarto de hora lo tildaban de hermano. De no poner trabas a su salida, por mucho que el momento sea tardío y ciertamente inoportuno, a despechar el asunto con un ‘tu contrato tiene una cláusula y debes pagarla’. Me imagino que lo afirmado horas antes en un almuerzo se convirtió en papel mojado o en una servilleta mojada de salsa de coquinas, donde incluso salía a la palestra el nombre de un director deportivo con trabajo actualmente. En el Comité Ejecutivo se dejó clara cuál era la postura del Sevilla: Monchi, paga. En este divorcio no hay sólo un responsable. Está, por un lado, el que calienta, el que se deja calentar y quien hace de figurante por propio interés. En el otro, el damnificado, que a su vez tiene como costumbre utilizar su popularidad en beneficio propio. Esas frases dejando caer que debía pensar su futuro… Demasiado pendiente del mensaje y sus receptores. Perdió aliados por su demencial verano, arreglado como el mago que le apodan en invierno. Otra vez la plata, sí, otra vez. El amor que siente el sevillista por él siempre ha sido una carta de más en la partida. Me temo que esta salida no le va hacer ningún bien a su imagen y que, en el futuro, pensará que ha perdido la partida de los tiempos. No obstante, cuando uno no puede más, lo peor que se puede intentar es convencerle de lo contrario. Que se quede contra su voluntad. Está sufriendo. Piensa que no se merece este trato y posiblemente tenga razón. Ahora llegará el momento de decir adiós. Aquella despedida de 2017 no tiene nada que ver con la actual. Deja al Sevilla en una situación comprometida. Aun así, si tanto se han profesionalizado las estructura de la entidad en los últimos tiempos, habrá fortaleza para absorber un golpe así.
Veremos cuando el suelo se mueva bajo sus pies. Las lamparas no aguanten en las mesas en los terremotos o las cortinas, con ventanas sin cristales, estén empapadas en las tormentas. Se marchará el escudo. El que tuvo que salir a comunicar una subida de abonos, sin que el del departamento, por ejemplo, de Estrategia y Desarrollo dijese ni mú. Ahí sí que hacía bien su papel Monchi para los que se creen que manejan entre bambalinas. Ese liderazgo casi autoimpuesto que tan sencilla le hace la vida a los que llevan traje y corbata casi por contrato. Habrá que lidiar con momentos complejos y críticas de una grada que no traga a casi ninguno, ni aunque se paseen con una copa debajo del brazo. Pepe Castro ya sabe el frío que se pasa cuando Monchi no es el primero en salir a comprobar el tiempo que hace. Del Nido Carrasco es de los que piensa que hay vida sin el de San Fernando. Claro que la hay. Algún día se acabaría Monchi. Por el motivo que fuese. La cuestión principal es la siguiente: ¿Por qué hincharle las narices hasta que ha decidido marcharse? No consigo poner en pie todas esas motivaciones. Sabiendo lo que les espera en cuanto la pelota no entre, sea en dos meses o en catorce, me parece un salto al vacío. Mejor hubiese sido despedir a Monchi por segunda vez con honores. Vender que era decisión personal o lo que fuese. Sin embargo, se ha querido ir al cuerpo a cuerpo. Para chulo, chulo… Pues nada. Un Sevilla campeón, que se enorgullece de su manicomio y ahora teme ir al psicólogo. O que se le meta en casa. Ya vive ahí. Ha hecho copia de las llaves. Y le han cerrado con la puerta en las narices al ídolo del Sevilla. Para que después se diga que los festejos por un título son largos o cansados. En cuanto se termina la fiesta, la resaca hace su espantosa aparición.