En el Real Madrid un empate es una crisis, un sabotaje a la felicidad, un guasap a destiempo y una paella con el arroz azul. Es todo tan feo que Mbappé está a punto de pedir hora en el gimnasio del Chelsea, un club que tiene tantos millones que hace lo que haría cualquiera de nosotros, malgastarlos sin parar.
Otra consecuencia del empate es que el Barcelona está preparando la rúa por el títul
o.
La euforia se ha disparado de tal manera que la primera decisión ha sido desprenderse de
Gündogan, un atentado al fair-play estético. Guardiola
le recibirá con la academia del toque abierta. El Manchester City se encuentra con un regalo sin haberse movido de la silla.
Existe la tentación, sin Marilyn Monroe por medio, de tallar que el Real Madrid cuenta con la mejor plantilla de su historia.
Es algo que se oye y escribe cada dos años, una moda pasajera como los pantalones pirata. La temeridad cojea por todos sitios.
Unos centros sin dueño
No se puede disponer de tal honor si sólo hay dos centrales puros disponibles
-se supone que a Vallejo se le reserva para jugar una prórroga contra el Manchester City-, si se ha ido
Kroos
, el mejor canguro para cuidar el balón, y si en el área falta algo.
Ese algo llegó sin glamour,
como unas chanclas en el Louvre, costó poco más de cuatro millones
y se nacionalizó madridista en el área pequeña.
En Mallorca,
en esos minutos finales en los que un equipo bien entrenado se agrupa y el Madrid daba vueltas y vueltas sobre el área, una situación que en una temporada aparece una docena de veces,
no había nadie para rematar centros.
Ancelotti, que dispone de una potencia atómica en la delantera,
sabe quién le salvó varios puros la campaña pasada. A veces las sonrisas de las temporadas y los viajes a Cibeles dependen de un rebote, de
una puntera, de una melé, de un Joselu.
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