Rodri, Mbappé, Ter Stegen y otros han caído esta semana. En otras cayeron muchos después de un verano en el que algunos han dejado todas sus fuerzas. Los partidos de fútbol se producen casi sin interrupción. No hay día de la semana que no haya fútbol. Los que mandan, UEFA, FIFA, quieren exprimir la teta de la vaca hasta que solo haya pellejo y la última gota caiga sobre sus labios. ¿Razones
? Muchas. El dinero, la emoción, el poder…La única razón que no atienden es la salud de los jugadores, ni el hartazgo de los aficionados, que a estas alturas ya están dando señales de cansancio. Como dice Simeone, la solución a esta barbaridad solo la tienen los futbolistas. Todos a una y los de cuello blanco se acojonan.
Abonados a la victoria
Decía Baudelaire que no se puede ser sublime sin interrupción.
Al Madrid se le pide eso, que la excelencia sea una normalidad. Lleva 39 partidos sin perder y es difícil encontrar uno en el que sus incansables críticos no lancen un pero que abarca desde los árbitros a la suerte, desde la impericia de los contrarios a la querencia del balón, desde el césped al tiempo, incluso al del Ojo Grande, el buen Dios, que le ayuda para la victoria aunque no juegue bien. Siempre es lo mismo y siempre será lo mismo. El antimadridismo no puede aceptar que el estilo del Madrid sea ganar, así como otros tienen el de poseer más balón aunque sea un trajín de acá para allá infructuoso. Unos hablan y el Madrid gana.
Trescientos partidos
El hombre tranquilo, el que conjuga el sentido común y la experiencia, ha cumplido 300 partidos con el Real Madrid.
Si buena fue su primera etapa, en la segunda, como en El Quijote, ha superado todas las expectativas. Destroza, como El Padrino, ese refrán cafre sobre que las segundas partes nunca fueron buenas. Claro que no es buena, es buenísima. Ha convertido en modernidad una fórmula clásica de fútbol rápido e hiriente, que no marea sino que va al grano. Aquí unos y otros pregonan su estilo. Preguntado habló de un estilo roquero que es el que mantiene al público en un estado de exaltación y ánimo. Después de ser grande en el Milán, está siendo más grande en el Madrid. Quién puede pedir más.
Fútbol de otoño
Hace una tarde nublada. El viento se pasea sereno entre los árboles y la luz añora los últimos días del verano.
Desde mi buhardilla dejo la escritura y miro a la calle. Abajo unos niños juegan sin orden al fútbol en un campo embarrado con dos grandes peñascos que hacen de portería. Lo que más me asombra es que si los partidos duran noventa minutos, ellos llevan ya dos horas y no atisbo el menor signo de cansancio. Sus piernas esqueléticas no paran. Sus gritos pidiendo el balón o buscando un desmarque llenan la urbanización de vida. Esa tristeza inherente al otoño se me amansa. Los chillidos se me meten en el pecho, llegan al hipocampo y me devuelven a aquellos días de la infancia en los que el fútbol era lo único importante.
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