El fútbol son once contra once y al final ganan los franceses. Francia ha logrado arrebatar a su eterna enemiga ese refrán que durante años colocó a la «Mannschaft» como la selección que estaba por encima del bien y del mal, la que no necesitaba asombrar para sumar sus títulos.
De la mano de Didier Deschamps, los «bleus» se han asentado de forma duradera entre las mejores selecciones del mundo, culmen de una trayectoria que, de manera irregular, comenzó con su primer Mundial en 1998. Pero con el actual seleccionador, suman cuatro finales, dos títulos y se jugarán otro contra Argentina el próximo domingo.
La final de la Eurocopa de 2016, el Mundial de 2018, la Liga de las Naciones de 2021 y de nuevo una final mundialista demuestran que Francia ha ganado en fiabilidad. La Eurocopa del año pasado, en la que fue eliminada en octavos de final en una fatídica tanda de penaltis contra Suiza, es el único tropezón de esa espiral virtuosa que ha creado Deschamps, en la que los triunfos llaman a los triunfos.
Si le preguntan al seleccionador, el secreto está en una excepcional generación de jugadores, liderada por Antoine Griezmann en un primer momento y ahora por Kylian Mbappé. Pero a la calidad, el seleccionador ha sabido sumar la estabilidad y un espíritu competitivo que conduce a la victoria.
En Catar, Francia se ha plantado en la final sin desarrollar un gran juego. Frente a Polonia en octavos tiró del talento individual de Mbappé, no fue mejor que Inglaterra en cuartos y solo ganó por su mayor eficacia goleadora en semifinales contra Marruecos. Pero superó los tres envites y se convirtió en la primera selección en repetir final dos Mundiales consecutivos desde Brasil en 2002 y opta a ser la primera en renovar el título desde la Canarinha en el 1962.
Desde la derrota en los cuartos de final del Mundial de Brasil contra Alemania ha perdido dos partidos en fases finales y solo la final de la Eurocopa de 2016 contra Portugal tuvo consecuencias.
Ganar sin brillar
Francia es una selección fiable, que no necesita brillar para ganar y que mantiene un espíritu pragmático que le hace estar a un elevado nivel. Cinco de los hombres que saltaron en semifinales al césped del estadio Al Bayt para medirse a Marruecos habían estado el 15 de julio de 2018 en el Luzniki de Moscú durante la final contra Croacia.
Se trata del portero Hugo Lloris, del defensa Raphael Varane, del centrocampista Antoine Griezmann y de los delanteros Olivier Giroud y Kylian Mbppé. A ellos hay que sumar a Ousmane Dembelé, suplente hace cuatro años, titular ahora, y a Benjamin Pavard, que ha hecho el camino inverso. Y a los dos porteros suplentes, Steve Mandanda y Alphonse Areola, que también sobreviven de la expedición rusa.
Ellos son, repite el técnico, los encargados de trasmitir a los nuevos el espíritu de competición, la receta del éxito, el combustible de la victoria. El paso del tiempo y las lesiones ha alejado del equipo a dos tercios de los campeones del mundo de 2018, reemplazados por sabia nueva que, en poco tiempo, ha integrado la filosofía del seleccionador.
La renovación ha sido más radical en la zaga y en el centro del campo. Tres de los cuatro defensas y los dos pivotes apenas acumulan experiencia internacional, mientras que el vértice, Griezmann, imprescindible para Deschamps, estrena una posición nueva.
Antes del Mundial, Dayot Upamecano, Ibrahima Konaté y Theo Hernandez no sumaban más de diez partidos como titulares con Francia y Jules Koundé tenía once. Apenas habían jugado juntos y se vieron proyectados a asegurar la defensa de la campeona.
Algo parecido sucedió en el centro del campo. El de 2018 estaba en ruinas tras las lesiones de Ngolo Kanté y Paul Pogba, y Deschamps improvisó otro formado por Aurelien Tchouaméni, con nueve titularidades antes de Catar, y Adrian Rabiot. Los dos cómplices del medio del campo solo habían compartido minutos en nueve partidos. Pese a ello, no han desmerecido en lo que va de Mundial, impulsados por la espiral positiva en la que se ha convertido Francia.